Al comienzo de mi embarazo, cuando me planteaba qué hacer con el bebé, pensaba juntar la típica triada: baja por maternidad, permiso de lactancia y vacaciones. En mi caso, esto suponía poder estar con mi hija hasta los 5 meses y medio aproximadamente.
Conforme fue avanzando el embarazo, empecé a contemplar la posibilidad de solicitar una excedencia. “Por lo menos un mes, para poder darle lactancia materna exclusiva los 6 primeros meses con mayor facilidad…”, decía cuando me preguntaban.
Cuando nació el bichito, todo se resquebrajó. Iban pasando los meses y cada vez veía más claro que no podría separarme de mi hija tan pronto. Así, lo que iba a ser una excedencia de un mes, se convirtió en una de casi 6 meses (cuántas tardes me pasé cuadrando cuentas para conseguirlo, y aún hoy me arrepiento de no haber estrujado el dinero un poco más…), de forma que me incorporaría de nuevo al trabajo cuando el bichito tuviese 11 meses.